Conclusión “El otro camino. Cuarenta y cinco años de trinchera en trinchera”

El insomnio es un placer y una tortura. El lugar común de los políticos: yo duermo a pierna suelta, no tengo cargos de conciencia. Es una coartada.
Yo si tengo insomnio.
Padezco la derrota. No haber asaltado el cielo me atormenta.
Perdimos.
Cuando Pablo Neruda hablaba de los barbudos de sierra maestra y decía” no tenían más ramas que la aurora”. Yo me lo creía.
La historia vil y mezquina, lo desmintió, nos desmintió.
Claro que tenían armas. Las utilizaron para aplastar a sus pueblos. Para intentar extender sus dominios. A nombre de la libertad, la igualdad y la justicia.
Encarcelaron a sus pueblos.
Construyeron aparatos de dominación en todos los ámbitos de la vida.
La política, cancelando derechos.
La económica, erigiendo poderes insultantes para los desposeídos.
La cultural, cancelando opciones ajenas a sus doctrinas.
La planetaria encerrando sus sociedades en la aldea, la isla, paradisíaca inmune a la contaminación imperial.
La hambruna para los jodidos a nombre de la equidad.
La impunidad para los mafiosos protegidos para operar las peores inmundicias, sí éstas reportaban ganancias para el “Estado Revolucionario”.
Todo a nombre de La Revolución.
Cuando cayó el Muro, me alegré.
No escondo mi vanidad pequeño burguesa de haber acertado en mis premoniciones.
Se había caído un imperio de simulación.
No calculé sus consecuencias.
La euforia se sustituyó por la desilusión.
Los conservadores festinaron el fin de la historia.
Se había terminado con la utopía.
Ahora sólo contaría la fría moral de la competencia.
La rapiña era la divisa de los nuevos tiempos.
Atrás quedaban las ilusiones de la igualdad, la fraternidad y la libertad.
En nuestra aldea había una deuda anacrónica: construir la democracia.
Terminar con el reino de la dictadura perfecta.
Nada para el sueño sesentayochista de exigir lo imposible.
Minucias ante la aspiración de acabar con la alienación y la explotación capitalistas.
Poco, muy poco, para resarcir los sacrificios de una generación que soñó con asaltar el cielo.
Un gran salto adelante para cimentar las bases de una república de ciudadanos.
Libre de la opresión estatista del Ogro Filantrópico.
Miseria ante la disyuntiva: socialismo o barbarie.
Insignificante para superar la miseria.
Había que atreverse a enlodar las banderas libertarias a cambio de reformas burguesas.
Apostar a lo viable.
Sumarse a los hijos dinásticos de poder que ofrecían la posibilidad de vencer a los detentadores de un poder basado en el engaño, la corrupción y la hipocresía.
Guardar, por un rato, las aspiraciones libertarias a cambio de una escala democrática.
Poco, casi nada, para las ensoñaciones libertarias.
Mancharse con lo posible.
Postergando lo utópico.
Órale.
No se podía escatimar nada, a nombre de la fantasía.
Sólo una exigencia: coherencia.
Peleamos y perdiendo ganamos.
Exhibimos al sistema autoritario.
Juntamos a los locos, con los que se sentían despojados del poder y querían perpetuar su dinastía revolucionaria.
La depositaria de la tradición revolucionaria.
Nos envolvimos en la bandera de la soberanía.
Fuera la expansión imperial.
Nada con los destructores de la arcadia mexicana.
La democracia era una coartada para perpetuar nuestra aldea inmaculada.
Tirar, como los aztecas, los trastes viejos de una identidad de barro.
Todo por la dignidad nacional.
Nos enfrascamos en mil y una escaramuzas por ganar y derrotar los procedimientos antidemocráticos.
Sumando aliados y combinando procesos los arrinconamos.
Conseguimos lo impensable en reglas democráticas.
Les quitamos el control de las elecciones.
Construimos órganos ciudadanos e independientes.
Volteamos la tortilla electoral.
Cuando teníamos todo a nuestro favor, no pudimos ser hegemónicos.
Se nos atravesó un ranchero, simpático y dicharachero.
Consumó la hazaña: sacó al PRI de Los Pinos.
Algunos vencimos el miedo a la inquisición y lo apoyamos.
Ganamos.
Pagamos caro nuestra herejía.
“Idiotas inútiles, cómplices de la derecha” fue lo menos que nos dijeron.
Fue el peor negocio político.
Ganamos y no disfrutamos la victoria.
El ganador se arrugó.
Sacó al PRI de los Pinos y lo metió por la ventana.
Escuchó el canto de las sirenas medrosas y no se atrevió a cortar las cabezas de las víboras negras y las tepocátas.
Pactó con el dinosaurio en lugar de aplastarlo.
Irritó a los eternos dueños del poder de manera gratuita.
Frustró la esperanza del cambio.
Los frutos podridos heredados del poder autoritario se sublevaron.
Los capos de los medios aunaron su coro para caricaturizarlo.
Los charros sindicales gozaron su apología y fortalecieron sus cadenas de control.
Los jueces asestaron puñalada tras puñalada contra la aplicación de la justicia y eximieron a los criminales de todo tipo.
Los genocidas cantaron victoria.
Todo mundo olvidó de dónde veníamos.
La democracia sin demócratas mostró su pequeñez.
Los chavos mandaron a la goma los logros alcanzados.
Extraviados, confundidos y emputados nos mandaron al averno por ingenuos y culeros.
Renació la nostalgia por el Estado de mano firme contra la impericia y falta de oficio de los intrusos derechistas y mochos.
La restauración se convirtió en un animal de dos cabezas.
Los viejos credos estatistas renacieron y se adueñaron de la escena.
El PRI se transfiguró en dos partidos.
Sacaron a patadas o con canonjías a la vieja izquierda del Partido del matrimonio imposible: ni revolución ni democracia, todo para los caciques del México precarista.
Dedocracia ya, chamba para todos.
El lema de los círculos infernales del poder basado en la dádiva, la propina y la mordida se convirtió en divisa de la izquierda clientelar.
No asaltamos al cielo.
Brotaron a chorros nuevas preguntas.
Nos quedamos sin respuestas.
El camino largo, sinuoso, trágico y poblado de trampas y decepciones sigue desafiándonos.
No hay certidumbres.
Los dogmas y teorías se hicieron añicos.
Territorio fértil para la impostura.
Viejos soñadores trocaron sus esperanzas libertarias por el hueso.
La casa de campo, la residencia en Coyoacán, se convirtieron en emblemas sustituyendo los viejos códigos de lucha.
Total que tanto es tantito.
Seguirán entonando la Internacional, llorando con la Nueva Trova siempre y cuando el cheque de la Dieta llegue puntual y sin descuentos fiscales.
No hay que desanimarse.
Vamos a ganar.
El viejo topo terminará su labor de zapa y el viejo régimen se desplomará,
Cada paso a favor de la libertad se convertirá en trinchera portentosa y la historia no tendrá final.
El rancio menú de la partidocracia no podrá vencer la apetencia insaciable de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.

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