MÁS PASÓ EN LA VIDA QUE EN EL TIEMPO, QUE EN LO RECORDADO Y EN LO ESCRITO
Hace un poco más de diez años Enrique Krauze me sugirió que escribiese mi testimonio en torno a los movimientos sociales y políticos en los que he participado. Añadió, hazlo con calma, sin pensar en un texto fugaz, sino toma nota diariamente en un cuaderno de tus recuerdos y tómate todo el tiempo necesario, un año, cinco, diez, los que sean.
Un poco estimulado por la propuesta de Enrique me dispuse a escarbar en mis papeles. Revueltos y amontonados en cajas, folders, sobrevivientes de varios cambios domiciliarios y matrimoniales o bien de ataques de paranoia persecutoria, había miles de documentos de todo tipo.
Recortes periodísticos de huelgas estudiantiles, sindicales, acusaciones difamatorias de participar en acciones guerrilleras, congresos partidistas, conferencias universitarias y de prensa, mítines, desplegados a favor de todo tipo de causas, tanto las políticamente correctas como las sistemáticamente perdidas. Fotografías con todo tipo de cuates y no tan cuates; grabaciones de programas radiofónicos, entrevistas en la tele, videos de acontecimientos políticos insólitos (no de los de moda a raíz de la difusión de las “producciones Ahumada) documentos interminables de la liturgia comunista e izquierdista, credenciales y gafetes de Congresos. Incluso copias certificadas, por supuesto, de las fichas de las policías políticas elaboradas en mi contra. Conseguidas gracias a la apertura de los archivos, lograda recientemente.
En fin, un baúl de nostalgias, recuerdos de una larga travesía en busca de la libertad. Eso sí ni una bala, ni ninguna orden de excomunión.
No tomé las notas que aconsejó Krauze, a cambio me sumergí en ese océano de papeles.
Los ordené como pude y luego los digitalicé.
Con ese archivo y la traicionera memoria, me dispuse a bosquejar Así lo cuento.
Aventura poblada de alegrías, amistades, solidaridades, miedos, perversiones, espejismos, pesadillas vivientes, victorias y derrotas. Errores y aciertos.
Todas asociadas al sueño de cambiar la vida.
Cuando le pedí a Pepe Woldenberg me hiciera el prólogo de Así lo cuento comentó, con cierta malicia de la buena, a ver cómo le haces para conciliar una militancia comunista con tus aspiraciones por la libertad.
Casi me deja grogui.
Luego pensé. Sí está en chino eso de ser militante comunista y convencido soñador por un mundo de Libertad.
Pero ese es precisamente el chiste.
Las grandes batallas de mi generación, tanto la del país donde nací y he vivido, (perdón pero mi cursilería no llega al extremo de llamarle “mi patria”) como las del resto del planeta fueron casi siempre inspiradas en los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Aunque muchas veces las negáramos y las desdeñáramos por “burguesas”.
Hoy me cae el veinte la importancia de los ideales liberales, como motor de los cambios conseguidos y los que están por venir.
Unas izquierdas acordes al siglo XXI deben recuperar el pensamiento liberal para renovarse.
Mirar al futuro y dejar que los muertos entierren a sus muertos.
Superar el maleficio de convertirnos en estatuas de sal.
Atreverse a dar las batallas contemporáneas, sumando fuerzas sin regatear a unos, lo que se perdona a otros.
Rompiendo con aldeanismos.
Como dijera un anarquista catalán: ser nacionalista irredento es ser idiota. Vaya si lo es.
Ya lo vivimos con Hitler, con el nacionalismo serbio, con el genocidio en Ruanda, con la criminal y absurda política de exterminio mutuo entre palestinos e israelitas. Con tantas plagas contemporáneas de intolerancia, fundamentalismo, racismo y afanes imperiales de dominación como la de Bush en Irak, Afganistán y las que se le ocurran a él y a sus sucesores. Como lo vimos también en los premonitorios sucesos de la banlieue francesa y luego extendidos a buen parte de la “avanzada” Europa, donde la exclusión a los migrantes sumada a la incapacidad de éstos para integrase a sus nuevas realidades generó disturbios sin rumbo, llenos de ira de un lado y de políticas represivas fascistoides de lado del Estado francés.
O en las de sus antípodas del capitalismo desarrollado como Cuba, donde la demencia senil de un dictador evoca la tragedia narrada por Emir Kusturica en su gran film Under Ground. Encerrando a un pueblo entero con la coartada de hacerle frente al “imperialismo”.
Y en un grado diferente con nuestro “nacionalismo revolucionario” y su cortina de nopal de la que hablara Carlos Fuentes. Afortunadamente herido de muerte con la alternancia del 2000. Aunque capaz de regresar bajo los viejos ropajes o con nuevas máscaras, que intentan cubrir el rostro de ancianos burócratas estadólatras, igualmente restauradoras y conservadoras.
No comparto las políticas esquizofrénicas, las de las reservas mentales que combatió Palmiro Togliatti consistentes en proponer “la combinación de todas las formas de lucha” como método para alcanzar el “paraíso” social.
No se puede mamar y dar de topes.
Estoy convencido de luchar por consolidar la democracia en México y en todo el mundo.
A pesar de sus perversiones y sus caricaturas.
No la considero una coartada para “acumular fuerzas” y luego arremeter contra el “Estado
Burgués” e implantar la “dictadura del proletariado”, cualquiera que sea el nombre que le pongamos a esa criatura será un adefesio en contra de la gente y a favor de las tiranías.
La historia no ha terminado.
La utopía seguirá siendo el alimento permanente de la lucha libertaria.
En nuestra mesa del sueño -en la que nos sentamos semanalmente un puñado de náufragos sobrevivientes de la pesadilla totalitaria y promotores de la herejía de poner fin al autoritarismo priista, una de las pocas batallas que hemos ganado- integrada por Gerardo Albino, David Bañuelos, Luis Barquera, Roberto Borja, Alma Rosa Cáñez, Félix Goded, Ricardo Ludlow, Rubén Lau, Jorge Meléndez, Leopoldo Michel, Humberto Parra, Rito Terán y a distancia sus hermanos Liberato y Lorenzo, lo mismo que por la vía satelital Miguel Eduardo Valle el Búho, Pedro López Díaz en mesa matutina; en una mesa vecina compartimos y discrepamos con Javier Guerrero, Vicente Granados y Luis Fernández. No cejaremos en la herejía por alcanzar una sociedad del bien vivir, la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Esa mesa del sueño y las que surjan y proliferen por do quiera, sin más límite que la imaginación, necesita incorporar a muchísima gente, principalmente a los chavos, sin ellos toda apuesta de cambio esta muerta antes de nacer.
Construir con ellos una nuevo comienzo requiere que no se tropiecen con las mismas piedras que nosotros los viejos.
Ojalá este recuento, necesariamente parcial y arbitrario nunca (espero) mentiroso, les sirva para evitar esos tropiezos, aunque seguramente no les ahorrará sus propias pifias.
De todas maneras no niego la cruz de mi parroquia y mis raíces enterradas en el siglo XX, por lo que no resisto reproducir aquí un fragmento del Cambalache de Enrique Santos Discépolo del lejano 1935.
Qué falta de respeto
qué atropello a la razón;
cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón.
Mezclaos con Stravinsky,
van Don Bosco y la Mignon,
don Chicho y Napoleón,
Carrera y San Martín.
Igual en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia contra un calefón.
Siglo veinte cambalache
problemático y febril;
el que no llora, no mama,
y el que no afana es un gil.
Dale nomas, dale que va,
que allá en el horno nos vamo a encontrar.
No pienses más, echate a un lao,
que nadie importa si naciste honrao.
Que es lo mismo el que labura
noche y día como un buey
que el vive de los otros,
que el que mata o el que cura
o está fuera de la ley.
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